Aunque los dos detectives parezcan gemelos, la ortografía de sus nombres revela que no lo son. Pero tan semejantes son en todo que el único detalle que permite distinguirlos es la forma de los bigotes. El de Fernández tiene las puntas dobladas y el de Hernández rectas.
Miembros de la policía secreta, después de la policía judicial, ambos llevan a cabo investigaciones más o menos discretas y eficaces.
Hernández y Fernández no son precisamente, por decirlo de una manera suave, unas lumbreras. Llevan su particular sentido de la discreción hasta el extremo de vestirse con el traje típico del país para así "mezclarse con la multitud" y pasar inadvertidos, lo que evidentemente nunca logran. Acumulan también un número impresionante de batacazos, resbalones y accidentes.
En el colmo de la estupidez, llegarán a seguir sus propias huellas en el desierto. El caos absoluto en el que se mueven se refleja también en su lenguaje. Especialistas en pleonasmos y en todo tipo de equívocos, cuentan en su haber con los "yo aún diría más", "en mosca cerrada no entran bocas" o el sabroso "esa es mi opinión, y yo la comparto".
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